2 de abril de 1982. Tendría que ser el día más triste de nuestra historia contemporánea.
Nuestras actitudes frente a estas fechas se rigen por la hipocresía de creer que porque cada 2 de abril le damos una palmadita en la espalda y algún diploma a los que combatieron verdaderamente en Malvinas, ya estamos libres de culpa y cargo hasta el año próximo a la misma hora y en el mismo lugar.
Basta como ejemplo marcar como nos comportamos aquí en nuestra comunidad. Solo nos acordamos de la plazoleta de Barrio Bicentenario para esta fecha. Todos los gobiernos ese día la hermosean para la ocasión y el resto del año hasta que algún vecino no reclama por su estado nadie se ocupa.
Si existiera un podio o ranking de esos días seguramente también recordaríamos a Cromañón, los atentados a la embajada y la AMIA, la estación de Once, los golpes militares, diciembre de 2001, y quizás como estoy escribiendo a flor de piel, seguramente alguno se me escapa, pero adonde apunto es que la mayoría de esos hechos suceden porque los seres humanos nos comportamos para que así sea, siendo cómplices por acción u omisión.
Aunque duela, la verdad siempre es necesaria, pese a que transcurra mucho tiempo para que la admitamos. Y ese 2 de abril marcó contundentemente la falta total de compromiso y sensatez, que se reflejó en los estados de ánimo de la sociedad en todo el curso de la contienda bélica hasta su finalización.
En ese lapso mientras aceptábamos la mentira como unos como unos niños inmaduros, entretanto nuestros chicos morían bajo el fuego pirata, llegamos a cometer la bestialidad de estar pendientes de la participación de Argentina en un mundial de futbol, que no debiéramos haber jugado. Nadie se opuso, ni nunca hubo un arrepentimiento público.
Y tuvo que terminar todo trágicamente como inevitablemente iba a ocurrir, para que reconociéramos que Leopoldo Galtieri era un borracho mesiánico, cuando tres meses antes era San Martin.
Y si bien la historia marca este hecho como el fin de la dictadura iniciada en 1976, no tendríamos que haber permitido que el costo sean la cantidad de chicos muertos en las islas. Y en la muestra máxima de hipocresía colectiva admitir las atrocidades que pasaban en nuestras narices y que no queríamos ver. Siempre en nuestra historia pagamos costos muy altos con la vida de nuestros jóvenes generalmente.
Entonces para terminar este atropello de palabras que tal vez se malentiendan, porque cuando se escribe en caliente como se dice, al volver a leer lo que uno expresa, nos damos cuenta de nuestros errores, y entonces pido disculpas de antemano, si se ofende a alguien.
Pero estos días solo sirven para que lavemos culpas y confirmemos actitudes hipócritas como integrantes de una sociedad, que continua maltratando a los verdaderos protagonistas de esta tragedia, que fueron nuestros chicos de 18 años, que hoy son nuestros padres, abuelos, tíos, padrinos, mejor dicho los que tuvieron la gracia de Dios de tener esa contención familiar y de amistades, porque las autoridades de los distintos gobiernos y todos nosotros como ciudadanos fuimos los que los rechazamos y los empujamos al olvido y a muchos de ellos al suicidio, a los que no pudieron tener esa mano de un padre, hermano o amigo que los abrazara y protegiera.
Por todo esto es que en estos días de …….. tendríamos que reflexionar sobre nuestro comportamiento como miembros de un pueblo que si se comprometiera con ciertos valores y los hiciera respetar, tal vez lograría que todas estas tragedias no se vuelvan una cruel realidad.
Cómo va a cerrar la herida, si en el Cementerio de Darwin aún existen 123 cruces de NN. Son nuestros chicos soldados sin identificar. Imperdonable.
Y como dicen los sabios, solo mueren aquellos a quienes olvidamos. Honremos la memoria de nuestros chicos de Malvinas con nuestros actos cotidianos y seremos un país mejor un poquito cada día.