Cuenta la leyenda que en el condado de Rojas City, que limita con Salt Lake, Arenales Mountain, Pergamine Kansas, Junin Michigan y Chacabuco Texas, la cosa venía de mal en peor. La inseguridad aumentaba, los narcotraficantes vendían sus sustancias prohibidas con total impunidad, e imperaban la mugre y la suciedad por todas partes.
El alcalde de la ciudad, Claude Rossinsky visiblemente alterado, llamó a sus dos asesores de confianza, Christian Forro y Daniel Baulera, quienes inmediatamente se pusieron a las órdenes del mandamás, que no paraba de golpear el puño sobre la mesa.
“¡Estoy rodeado de inútiles”, vociferaba el Supremo, mientras Forro y Baulera agachaban la cabeza sin saber qué decir. “¡No se les cae una puta idea, manga de pelotudos!", gritaba echando putas como cabaret en quiebra.
Cristian Forro, el más obsecuente de todos los funcionarios, propuso una idea monumental. “¡Vamos a privatizar el cementerio y transformarlo en un sitio de atracción turística. Que la gente se muera por entrar ahí y divertirse!”.
“¡Por fin alguien que piensa!”, dijo el intendente felicitando a su esbirro. Fue a partir de ahí que el Cementerio Municipal pasó a manos privadas, y sus nuevos dueños se encargaron de darle a los panteones, bóvedas y nichos una imagen distinta.
Ahora usted puede ir a la necrópolis de Rojas City y ver cómo los muertos la pasan bien, ya fuera de sus ataúdes, fumando habanos importados y brindando con champán del mejor.
No es serio este cementerio, pero es lo que hay. Algo nuevo va a salir, dijo un viejo y se estaba masturbando en un pajonal…