Miles de mujeres marcharon por el centro de Junín agobiadas por los asesinatos, las violaciones y el constante desprecio de una comunidad plena de “machos”, pero carente de coraje. Así lo publicó el Semanario de Junín en su editorial que se reproduce a continuación.
No fueron cientos, fueron miles, no fueron dos o tres miles, fueron muchas más. Fueron mujeres las que se hartaron tras la agresión a una adolescente y cuyo victimario la dejó tirada desnuda en un descampado a la madrugada. Fue una más, y pudo ser otra menos.
Caminaron apiñadas, codo a codo, a paso firme, contundentes. Valientes. Pero el grito, los cantos, los aplausos, la convocatoria masiva, la presencia multitudinaria incluyó a Karen, a Camila, a Ana, a las Colo, seguramente a alguna Vero, Mati, Fer, Mary y tantas otras que padecieron y padecen el maltrato cotidiano en una ciudad en la que los dioses sirven para poner de rodillas a sus fieles. Tal vez como hizo Tato, en la madrugada del sábado pasado, para abusar de una jovencita, porque seguramente alguien le enseñó que hay un “sexo débil” al que se lo banaliza, se lo bastardea, se lo posee para sí.
Pero cuidado porque queda y sobra coraje, no precisamente de tanto macho suelto, sino de mujeres que no están dispuestas al absurdo chantaje de un sistema indolente que las quiere seguir engañando y abusando.
Y la plaza se llenó de ellas, justo Junín, la ciudad evangelizada hasta el hartazgo con la Iglesia informativa y el pastor administrando, dio una muestra al mundo (si al mundo) de que las mujeres ya no están dispuestas al escarnio y que no se van a detener ante nada y menos en una urbe estupidizada por la política donde los concejales celebran una ordenanza de transporte y soslayan que una chiquita fuera víctima de un depravado. Otro más y ¿cuántas más?
Un intendente que, la semana pasada, autofoto mediante, decía “las mujeres no están solas, el Estado las acompaña” y anoche desaparecía de la escena, dejando de lado su costado familiero, ese que gusta de sacar en las fiestas para esconderlo en las penurias. Olvidando las mínimas promesas de una casa refugio que nunca llegó o la puesta en marcha de un nuevo Juzgado de Familia que desde hace dos años debiera estar funcionando.
Penurias que promueve el jefe comunal Pablo Petrecca a través de su laxo control del alcohol en los boliches, exacerbándolo en otros ámbitos, lo cual pone en un halo de sospecha a sus inspectores y también al personal policial, ese mismo que el ministro Cristian Ritondo parece no observar, pero que termina causando el caos de la noche que nadie puede dominar.
Y en medio de tanta muerte y de tanta mierda, emerge un poder creciente que ha demostrado no temerle a nada, ni a la policía a la que acusa de cubrir a violadores, ni a jueces que en lugar de hablar en sus fallos debieran dar la cara por sus acciones.
Tampoco respetarán a la casta política enmarañada en sus chicaneos miserables, dando la espalda al pueblo. Están dispuestas a todo para promover cambios, porque saben que lo único que pueden perder es la vida y eso parece que –hasta ahora- nadie lo valora. No todo pasa, esto empieza.