El argentino más longevo aún en actividad tiene 49 años, juega desde 1991 en el básquet italiano y sigue jugando por amor al deporte. Te contamos cómo fue su recorrido.
Darío André, el jugador más grande de Argentina en el mundo (Reggio Pallacanestro).
“En Sicilia me conocen bastante y me llaman ‘Highlander’ porque no me canso nunca de jugar. ‘Todos los chicos tienen que aprender de vos’ me dicen”. Esto lo contó Darío André, jugador oriundo de Rojas, un pueblo al noroeste de la provincia de Buenos Aires, y que es el argentino más longevo aún en actividad en el mundo con 49 años.
Nacido en 1974, comenzó en Rojas a jugar y lo eligió por encima del fútbol, deporte predilecto del pueblo: “Empecé a los 11 años a jugar en Sportivo Rojas, ya medía 1.85. Yo no conocía el deporte, no lo había visto nunca y me invitaron y dije ‘bueno, por qué no’. Me gustaba el fútbol y por un tiempo hice los dos hasta que mis viejos me hicieron elegir por uno u otro. Un día mi mamá me descubrió jugando un torneo de fútbol cuando ya había elegido el básquet y salí corriendo a mi casa para que no me retara. Hasta hoy puedo decir que fue la mejor decisión” contó en charla con Básquet Plus.
Una vida en el básquet italiano
Y en 1990 se dio su acercamiento con Italia, después de dos intentos donde sus padres dijeron que no por su edad, en una época donde no era común que los jóvenes argentinos se fueran a formar a Europa: “Vine en 1990 para el Mundial de fútbol. Jugaba en Gimnasia de Pergamino con 14 años. En Pergamino había un representante ítalo argentino que llevaba chicos a Italia. En ese tiempo había llevado a Carlos Gallo, que estuvo un tiempo, y después de su estadía salió la ley del oriundo, que era que todos los chicos que no tenían los 3 años de inferiores cumplidos se tenían que volver. Permitían a los chicos nacidos en 1974 hacer los tres años de juveniles y te daba la posibilidad de ser ítalo-argentino”.
En este contexto agregó que “vine a probar en julio de 1990, estuve 20 días con otros 7 chicos argentinos buscando clubes que nos pudieran tomar o asegurar un contrato. En ese año tuve la posibilidad de quedar en Sanjorgiorese basket, que jugaba en B1 en ese momento y era el único que me permitía venir con otro chico argentino o el apoyo de algún familiar ya que tenía 15 años y no estaba acostumbrado a alejarme de mi familia. Además, yo no hablaba nada de italiano”.
Sin embargo, el destino cambió y solo mejoró todo para él y su familia: “A los meses cuando volví me dieron a elegir para poder ir a probarme a Trapani y Lazio, de A2, pero elegí Trapani porque estaba cerca del mar, me probé y terminé quedando porque aceptaron traer a mi familia. Les dieron trabajo a todos, a mi padre, a mi madre y a mi hermana, así que volví a Argentina y en enero de 1991 me fui ya a jugar con mi mamá. Al final del torneo ya vinieron mi padre y mi hermana y yo era el chico más feliz del mundo”.
En este contexto, su familia entró al club con trabajo: “Hasta 1995-96, estábamos en los departamentos de reclutados, donde estudiábamos y nos pagaban los estudios, y yo estuve ahí con otros 7 chicos italianos. El trabajo que le dieron a mi viejo fue el de cocinero de la pensión, mi mamá con limpieza y a mi hermana la contrataron como secretaria del club para llevar la contabilidad”.
Desde su llegada, la ley Bosman cambió y permitió la llegada de jugadores comunitarios, pero hizo sufrir al básquet italiano en su opinión. “Cuando yo llegué en Italia podías vivir del básquet, era hermoso. En Sicilia había 50 clubes entre C y B, y con la ley Bosman se perdieron muchos clubes de Trieste, que está cerca de Sarajevo (capital de Bosnia y Hersegovina, en ese momento parte de Yugoslavia) agarraban a los chicos de ahí ya formados y con la escuela terminada y dejaron de confiar y formar a los chicos italianos”.
Desde su debut en 1993 en la A2 pasó por todas las categorías del básquet de ascenso italiano. Napoli, Trapani, Ragusa, Torino, Canicatti, Pozzuoli y Monreale lo tuvieron hasta el 2014, cuando decidió retirarse. “Yo hasta hace 10 años atrás podía ganar algo de plata y vivir un poco del básquet en Italia. En 2014 decidí retirarme después de ascender de la B1 a la A2 y decidí retirarme para tener un trabajo estable a los 39 años para poder tener una jubilación. Pero al tiempo de haber conseguido un trabajo me echaron y no sabía qué hacer. Y mi compañera presentó un proyecto en la escuela para tomar en básquet a chicos chiquitos. Y de poder tener 20 chicos pasé a 45 que querían sumarse, entonces me hice una sociedad para enseñar, ASD Basket Gippo. Se cerró una puerta, pero se abrió un portón”.
Y todo esto lo hizo darse cuenta que no debía alejarse del básquet: “Desde ahí volví a jugar a los 41 años y gané dos campeonatos más. Volví porque me faltaba, antes de comenzar a enseñarle a los chicos me quería alejar del básquet porque no podía verlo y sentir que podía estar dentro de la cancha, fue una decisión para asegurarme un futuro el dejar de jugar. Pero siempre digo que es el destino, que me decía que tenía que seguir ligado al básquet. Ahora tengo cerca de 130 chicos de dos pueblos distintos y los invito a ver mis partidos”.
Desde allí continúa jugando, primero en Alcamo, luego en Palermo y ahora con CUS Palermo, un equipo muy especial para él. “En CUS Palermo acepté porque trabaja con chicos jóvenes y trata de hacerlos crecer. La filosofía de ellos es no traer chicos de afuera, entonces si yo quería mejorar tenía que estar al nivel de ellos, entonces me tengo que entrenar tanto o más que ellos. Yo aprendí a cambiar, primero jugaba como alero y pasé al poste bajo, donde juego en la actualidad. Trato de correr menos y tirar más, traté de adaptarme al tipo de juego para jugar más, no puedo estar sin jugar”.
La vigencia y el amor al deporte, el motor para seguir jugando
Darío es parte de una camada que se ha estirado en el tiempo gracias a sus propios cuidados y al amor por el deporte: “Para mí el básquet es oxígeno, es mi sangre, es lo que me dio todo. Siempre me cuidé, nunca tomé ni consumí ningún tipo de droga. Voy al gimnasio, estoy en movimiento, no paro nunca, ni siquiera entre temporadas. El año pasado me había retirado, pero me convencieron para seguir. Y mi compañera me dijo que este era el último año, ‘ya jugaste mucho’ me dice. Pero a mí me gustaría jugar hasta cuando pueda”.
A pesar de no volver a Argentina desde 1992, su argentinidad sigue a flor de piel: “Cuando Argentina fue campeón del Mundial estaba re contento porque se lo merecía. Lo ganó el país y le hacía mucha falta. Yo siempre rechacé la llamada italiana”.
En el cierre, hizo un balance y contó que “considero que soy un poco loco porque con 49 años seguir jugando y teniendo ganas de entrenar y competir no es normal. Se necesita un poco de locura, pero si no lo tenés en la sangre, personas como yo que sé de dónde vengo, y a lo que llegué, solamente la pasión y el amor al deporte me pueden llevar a hacer lo que yo hice hasta el día de hoy”.
Por una lesión en un dedo, se había puesto en duda para jugar el último partido de la temporada, pero Darío escuchó al médico, por un lado, luego a su corazón, y terminó anotando 9 puntos en la derrota de su equipo en playoffs. Si ese habrá sido su último partido como profesional lo dirá el tiempo, pero su amor al básquet no se terminará.