Se cumplen 8 años de la muerte del gran compañero Alfredo Bravo. Creemos que los adjetivos y definiciones que podemos mencionar sobre su persona, tanto como militante, dirigente y maestro son varios, pero en este caso nos quedamos con una definición: un luchador por la justicia, la paz y la igualdad.
Alfredo Bravo fue un militante, con todas las letras, que lo diferenció de muchos dirigentes. Su profesión siempre fue la de maestro, pero su pasión por la lucha contra las injusticias lo llevó a ser dirigente sindical, subsecretario de Educación, uno de los fundadores de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos y la CTERA, Diputado y Senador Nacional, y por último Presidente del Partido Socialista. Durante su apasionada vida, Alfredo se dedicó a dar una ardua pelea a favor de la vida y contra todas las formas que representaban la muerte.
A los 17 años se afilió al Partido Socialista, y un año después inició su carrera como Maestro de Grado en una escuela rural. Interrumpida por un año su carrera como docente, por el Servicio Militar Obligatorio, retorno a las aulas en donde sus compañeros docentes les dieron una función clave: ser el corredactor del Estatuto del Docente, esa formidable herramienta legal que consagró los derechos y las obligaciones de los que enseñaban y acabó con los inmorales padrinazgos que hasta entonces hacían falta para ingresar a la docencia y ascender en la carrera profesional.
A fines de los 60, durante la dictadura de Juan Carlos Onganía, Alfredo con un grupo de compañeros docentes logra frenar una reforma educativa que iba en contra de la Educación Pública, logrando así unificar a los gremios docentes. Eso lo llevó, en 1973, a fundar la Confederación de Trabajadores de la Educación de la República Argentina (CTERA), conducida por Alfredo Bravo hasta 1983, en la época más oscura de la historia Argentina. Fue en ese mismo período que Bravo decide fundar, en conjunto con un grupo de dirigentes, la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos producto de los asesinatos indiscriminados generados por la Triple A.
Un párrafo aparte se lleva la resistencia activa que llevó adelante, desde el primer día, contra la última dictadura militar en la Argentina. Reclamó en cada una de las comisarías, cuarteles y ministerios, por los hombres y mujeres que desaparecían. Así lo hizo hasta que en septiembre de 1977 le tocó a él ser desaparecido. Un grupo de tareas se lo llevo de la escuela para adultos en la que daba clases. En algún “chupadero” de la provincia de Buenos Aires conoció la tortura de los subordinados de Ramón Camps y de Miguel Etchecolatz. Las presiones internacionales llevaron a que el Gobierno de Facto cambiará la situación de desaparecido a la de detenido. Pasó un año con arresto en una Unidad de La Plata hasta que salió en libertad.
Cuando recobró la libertad, su cuerpo aún tenía las llagas de la tortura, pero su espíritu parecía no tener siquiera un rasguño. Cesanteado de sus cargos como docente, Bravo se convirtió en vendedor de libros y en ese nuevo rol volvió a las escuelas en las que directores y directoras, a sabiendas del riesgo que corrían, le abrían las puertas para que el querido compañero pudiese ganarse la vida.
En 1983, con el retorno de la democracia, el presidente Raúl Alfonsín lo convocó como extrapartidario para ocupar la Subsecretaría para la Actividad Docente. En esa función, Alfredo facilitó el reingreso a la docencia de los cientos de maestros y profesores a los que la dictadura había cesanteado o que habían tenido que dejar sus cargos para marchar al exilio.
En 1987, cuando el Poder Ejecutivo impulsó las leyes de Punto Final y Obediencia Debida, Alfredo Bravo expresó su repudio hacia ambas normas y le entregó su renuncia indeclinable al cargo que ocupaba. Luego, se volvió a la escuela primaria de la que era director. Este último gesto tuvo un significado oculto que merece ser destacado. Al renunciar a la Subsecretaría, Bravo estaba en condiciones de obtener una de las llamadas jubilaciones de privilegio. Como ese beneficio le parecía indigno, decidió eludir la normativa en vigencia, trabajar tres años más como docente y evitar así que le concedieran la suculenta jubilación que obtenían los ex funcionarios.
En 1991, se une al Partido Socialista Democrático y es uno de los que encabeza la Unidad Socialista en donde fue elegido Diputado Nacional con los compañeros Guillermo Estévez Boero y Ricardo Molinas, formando un bloque que peleó contra el menemismo y las reformas neoliberales. Su mandato fue renovado en los años 1995 y 1999. En 2001 fue elegido Senador Nacional pero la mayoría oficialista le despojaría ilegítimamente ese cargo.
Se puede decir que Alfredo conjugo muchos verbos en su vida, pero el principal de todos esos fue UNIR. Unió a los maestros de la República Argentina, unió al socialismo después de 44 años de estériles divisiones. Enseñó que la unidad no se declama, se practica, se concreta en una visión común.
Socialista hasta la médula, su vida fue sinónimo de lucha. Vivió y murió peleando por los derechos humanos, por la justicia, por la libertad, por la igualdad. Fue su socialismo, un socialismo de acción, impregnado de las cosas simples de la vida. Demostró con una actitud coherente, militante, honesta, alejada de pragmatismo, con su generosidad permanente y su solidaridad hacia los más débiles, la profundidad de su conciencia de clase, de humanismo socialista.
Unas cuantas veces, abiertamente y en confianza como era de costumbre, nos dijo que el mayor regalo que había recibido era el de ser candidato a Presidente de la Argentina por el Partido Socialista, fórmula que compartió con el compañero Rubén Giustiniani. Y como era de esperarse, Alfredo la jugó como era su costumbre, a fondo, recorriendo pueblo por pueblo en aquel Dodge amarillo, llevándose la satisfacción de comprobar que tanta gente, aún en los pueblitos más pequeños, más alejados, en Misiones o en Neuquén, se acercaba a decirle: “siga adelante con su lucha, profesor, con su honestidad”. Comprobó que ese prestigio trascendía el resultado mismo de una elección.
Todo eso no fue casualidad, sino que era el reconocimiento a una vida de lucha caracterizada por la búsqueda permanente de la síntesis entre pensamiento y acción. Una vida austera, con profunda coherencia, y sentido ético, al servicio de una Argentina con más igualdad, libertad y justicia social.
Juventud Socialista de Rojas