CAPITAL FEDERAL, Enero 02.-(Por Mario Wainfeld) Las profecías económicas y políticas, refutadas por la realidad y las multitudes. El discurso de la gente. El doble veto lábil. Los radicales, de uno a tres. Los pejotistas, esperando a otro Godot. El lugar en el mundo, los avances en siete años, las nuevas demandas.
La economía de 2010 contradijo (cuando no dejó en ridículo) las profecías de dirigentes opositores o economistas de postín. Repasemos las más tonantes, a vuelo de pájaro. Crecimiento cero o irrisorio; caída a pique de las reservas, rechazo del canje de deuda, inflación espiralizada, importación de trigo y carne, “n” catástrofes adicionales. El crecimiento se sostuvo, el desendeudamiento avanzó, las reservas del Banco Central son record, la demanda se mantiene a niveles altísimos, tanto como la producción de automotores... hasta las intratables corporaciones “del campo” bajaron el tono, más interesadas en llevársela con pala que en cortar rutas.
La inflación sigue siendo muy elevada, aunque se mantiene bajo relativo control. Muchos actores económicos (entre ellos los sindicatos, los profesionales independientes y buena parte de las pymes) tienen cómo defenderse y no vivirla como una tragedia. Pero el impacto es distinto a medida que se bajan escalones en la pirámide social. Y la tasa manejable puede dispararse, lo que hace aconsejable políticas activas de nuevo cuño, porque las empleadas por el Gobierno en sus años primeros ya no rinden. Las tratativas para conformar el Consejo para el Diálogo Económico Social son una señal promisoria, primero, porque revelan introspección (así fuera tardía) y conciencia sobre el problema. Y segundo, porque elige una herramienta idónea que es el diálogo (y eventuales pactos) entre sectores.
Una nueva faz del modelo abre tareas de “segunda generación”, más sofisticadas y de más largo plazo que las respuestas a la crisis terminal. Hablamos de la desigualdad, la inflación, el déficit de viviendas, el trabajo de baja calidad, el transporte público, un sistema de salud que insume muchos recursos y no presta servicios en consonancia.
Haber tenido más razón que sus antagonistas en casi todos los debates sobre economía no faculta al Gobierno a dormirse en los laureles. Ni mucho menos, a soslayar cuántos problemas añejos o emergentes esperan respuestas pese a (o, mejor, porque) se han ascendido algunos peldaños.
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De la soberbia al piñazo: Las agorerías opositoras comenzaron con el año. Por entonces su paladín era Martín Redrado. La oposición transitó desde la resistencia civil del Golden Boy hasta el piñazo de Graciela Camaño, que trasuntó más impotencia que brutalidad. En enero se pugnaba por el Banco Central y por imponerle el programa económico al Gobierno. En diciembre las ambiciones eran más módicas: mantener con pulmotor una patética cuestión de privilegio.
En el ínterin, naufragaron las fantasías acerca de un enjambre de fuerzas o protagonistas que se describían como un sujeto único. Las misceláneas tribus ganadoras de las elecciones de 2009 manejarían el Congreso, impondrían su agenda, generarían un Parlamento de rechupete. Sus primeras ofensivas revelaron soberbia, errada “imagen corporal” y desdén por las instituciones o el diálogo. Quisieron suplir al Ejecutivo en sus funciones, imponer un programa económico de jubileo para medianos o grandes contribuyentes, llevarse puesta a la presidenta del Banco Central, Mercedes Marcó del Pont. Se afincaron como ocupas en más comisiones que las que les asignaba la regla proporcional o la tradición.
Cuando se percibieron mayoría dejaron ver la hilacha: poco respeto por la calidad institucional. Julio Cobos se aferró, sin ética ni respeto a
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Vetocracia de baja intensidad: “La oposición” careció de liderazgo, de enjundia y hasta de presentismo en las bancas. Las internas partidarias y la competencia por el “otro” lugar en el ballottage primaron sobre sus objetivos comunes. Su accionar parlamentario fue más desordenado que barullero, y ya es decir. El escenario anticipaba una paridad ardua, más propicia al empate bobo o al veto cruzado que a la excelencia. El oficialismo soportó los primeros embates, se abroqueló mejor y primó en el promedio porque pudo gobernar. Para no ser un pato rengo, escribió este cronista un año atrás clavado, hay que creer no serlo y querer no serlo. La presidenta Cristina Fernández de Kirchner no se sometió al lugar que quisieron imponerle, a menudo con malos modales.
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Compañeros esperando a Godot: Las fiestas encuentran a la oposición dividida y confundida. El radicalismo tenía en
El peronismo federal amaneció esperando a Carlos Reutemann. Luego sus numerosos caciques sin tribus se sintieron portadores del bastón de mariscal. Las encuestas ni los registran, ahora esperan a Mauricio Macri. Esa joint venture es una posibilidad cierta. Tal el mayor potencial del líder de PRO, quien merced a un discurso sinceramente de derecha se ganó el sitial del mayor contradictor del oficialismo. Es un buen lugar de cara a una elección polarizada, aunque quizá el sesgo elegido le marque un techo bajo.
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Doblar la apuesta: Ante cada trance adverso, el oficialismo dobló la apuesta. Muchas veces mejoró su menú, adoptando medidas que no estaban en su repertorio. Sistema jubilatorio, Medios, Asignación Universal por Hijo (AUH), matrimonio igualitario. Congregó apoyos de sectores distantes o esquivos. Se granjeó la simpatía activa de colectivos impensados tiempo atrás: artistas, intelectuales, trabajadores de la cultura, movimientos sociales de clase media. Un salto cualitativo, que cobró fuerzas a partir del matrimonio igualitario y la ley de medios.
Las reformas al espectro audiovisual fueron muy trabadas por reclamos judiciales de los grupos oligopólicos, se veía venir.
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El discurso corporal: La narrativa dominante fue desmenuzada (a menudo, demolida) en un Agora mediática franca y expuesta. También por gentes del común, por muchedumbres que se expresaron en los festejos del Bicentenario y en las exequias de Néstor Kirchner. En ambos casos, los cuerpos y los gestos dieron un mentís a la prédica mediática mayoritaria. Cientos de miles de ciudadanos dieron rienda suelta a su alegría o a su dolor, convivieron sin incidentes, celebraron una vez, acompañaron a
Habló un conjunto ciudadano impactante por su coincidencia y su número. Debe resaltarse que el Gobierno supo anticipar sus deseos y tuvo empatía con su voluntad, que predispuso el escenario con intuición sobre el sentir popular. Se apostrofó al festejo del Bicentenario por tener un mensaje político sectario (¿es posible una celebración sin alguno?... mmm). Era un detalle, episódico. Lo central fue la amabilidad de la propuesta, la afinidad con los deseos de la muchedumbre, hedónicos, participativos, autocelebratorios, convivenciales.
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La irrupción de la muerte: El devenir económico era previsible, si se analizaba sin prejuicios obtusos ni anteojeras. La primacía política del kirchnerismo era factible, sí que supeditada a su desempeño y el de los contrincantes: todos jugaron para el local. En los últimos meses irrumpió lo inesperado. Para peor, lo más cruel e irreparable: la muerte. La desaparición de Néstor Kirchner, de la que se habla también en nota aparte. Y los asesinatos por violencia política o policial: en Barracas, en Formosa, en el Parque Indoamericano. Quedó atrás o por lo menos muy mellado, un acierto de los gobiernos kirchneristas: la no represión de la protesta social. Mecanismo inteligente como catarsis ante la malaria y el descrédito de la política, se fue herrumbrando ante la propagación de reclamos muy lesivos, eventualmente violentos. La sociedad “le tomó la mano” al recurso y la metodología oficial comenzó a hacer agua. Corrió sangre debida a brutalidad policial, a la de un gobierno provincial peronista y a la de una patota sindical a la que
En el caso de Mariano Ferreyra, los tribunales actuaron bien, la investigación avanza. En los otros prima la opacidad.
El reflejo de jugarse a fondo, de politizar la cuestión, de apelar a cuadros garantistas y valientes es el mejor estilo “K”. Que divide aguas, sin duda, concitando la aprobación de quienes hacen y leen este diario.
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Las brechas del “modelo”: Los crímenes, tal vez, pudieron evitarse. Hubo provocadores y aprovechados. Esos árboles deben ser podados pero no impedir ver el bosque: los problemas laborales y sociales que los detonaron son tangibles, injustos, acuciantes. El kirchnerismo se prendó de un esquema laborista, que imaginariamente cerraba un círculo virtuoso: incitación de la demanda, mercado interno activo, generación de empleo. En el siglo XXI el modelo dejó flancos vacantes. Hubo trabajadores que con empleo no podían parar la olla y quedaron relegados los informales.
Ahora hay casi pleno empleo y tienen ingresos seguros muchos entre los más desvalidos, eran dos utopías inalcanzables hace siete años. En un estadio superior, quedan necesidades básicas insatisfechas para demasiados argentinos: vivienda digna, transporte no infamante, trabajo decente con toda la tutela legal. Los reclamos brotaron con virulencia, en algún ejemplo con mala fe, los derechos pendientes de satisfacción son realidad.
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Mi lugar es acá: Argentina tiene su lugar en el mundo, el que siempre debió ser:
Destino sudamericano con democracias vibrantes, jaqueadas por coaliciones entre fuerzas de derecha y grandes medios de difusión. Hay crecimiento económico sostenido, lleva muchos años. La condición de los sectores populares ha mejorado sensiblemente pero se arrancó de muy abajo y queda mucho por hacer. El crecimiento, en trazos generales, no palió la desigualdad. América del Sur sigue siendo el lugar más desigual del planeta.
En ese contexto, auspicioso pero pleno de rémoras y carencias, debe leerse la coyuntura nacional. No somos el ornitorrinco del mundo, ni de América del Sur, ni los inventores de un sistema económico hiperdiferente. Los adversarios del kirchnerismo se equivocan feo cuando abjuran en block de todo lo hecho y proponen un vuelco o a una regresión, demasiado a menudo sin explicar el nuevo rumbo. Quizá el único que lo insinúa con franqueza es el Jefe de Gobierno Mauricio Macri: un giro reaccionario de derecha, con aplicaciones clasistas y xenófobas.
El oficialismo acierta en el rumbo aunque a menudo endiosa en exceso al “modelo”. El esquema económico sirvió para salir de la crisis aparentemente irremisible, elevó la condición de vida de casi toda la población, empoderó a sectores de trabajadores, mejoró los niveles de empleo, amplió la masa de jubilados, disminuyó la pobreza. Es un montón, nunca es bastante. Subsisten asimetrías formidables, incluso al interior de la clase trabajadora. Proliferan demandas soterradas aunque (o mejor, porque) se transitó del infierno al Purgatorio.
La desigualdad subleva acaso más en las pampas que en países linderos. Acá hay memoria de tiempos cercanos mejores en paridad y en movilidad social. En otras comarcas no existió ese pasado evocable y frustrante. El igualitarismo propio de la sociedad argentina, la capacidad de lucha y de protesta de su sociedad civil dinamizan las demandas y las movilizaciones. Muchas conquistas se han logrado, antaño y hoy, en las calles o vía acción directa. Es clavado que quienes son “perdedores relativos” del actual modelo emerjan a reclamar sus derechos, tumultuosos y desafiantes.
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Los números y las urnas: Los números corroboran cuánto se avanzó. Basta repasar los datos duros de crecimiento, empleo, salario real, indicadores sociales. También la cantidad de represores procesados y condenados, la de provincias en las que se dictaron sentencias ejemplares.
Datos impresionistas ratifican la percepción. Ya se mentó al Bicentenario, el cronista agregaría con qué templanza absorbió un país futbolero la eliminación en el Mundial. El consumo cotidiano, los festejos de fin de año, las vacaciones a todo trapo en las plazas turísticas de una, dos, tres, cuatro o cinco estrellas. Hay que evocar cómo se recibía el fin de año a principios de este siglo. También, cuando se magnifica la ausencia de billetes por tres días en los cajeros automáticos, internalizar que hace nueve años (y no un siglo) los ahorros habían sido birlados y con poca antelación confiscadas las jubilaciones y reducidos los salarios. Es tonificante que gentes de derecha se conmuevan por los mercerizados (siempre que no sean los conchabados por Clarín o Techint), corresponde asumir que la desflexibilización es una cuesta arriba a partir de las tropelías consumadas entre 1989 y 2001.
Los guarismos de intención de voto son satisfactorios para el oficialismo. Cristina Fernández de Kirchner está en la mejor posición relativa de su mandato, al menos desde marzo de 2008. No tiene la victoria comprada como Carlos Menem cuando fue reelegido o ella misma en 2007. Pero dista más de estar derrotada un año antes, como le pasó al radicalismo en 1988 o al menemismo en 1998 o a Fernando de
Este año votará el pueblo soberano en ese asombroso día en que todos los ciudadanos valen uno. De momento, la primera minoría movilizada, ratificada por movilizaciones emocionantes y masivas y con apoyos cualitativos incomparables, conserva la pole position.
El 2011 será un año decisivo. Lula deja la presidencia, Kirchner no estará. Son dos protagonistas que marcaron una etapa de despegue, difíciles de reemplazar. Sus banderas, sus legados sí que merecen un brindis y, piensa el cronista, una revalidación que en Brasil ya se dio y que acá depende del veredicto popular. (Fuente: PAGINA 12)