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Todas las luchas feministas empiezan a transformar los días y los pueblos.
Todas las luchas feministas empiezan a transformar los días y los pueblos.

Por Evangelina Cueto (*)

Mi pueblo fue experto en manoseos en boliches y espectador de trompadas entre adolescentes alcoholizados, que, en alguna ocasión, terminaron en el extremo. Para picadas en moto y conducción de autos por menores de 16, el pueblo también brindó locación. Fue, también, instigador de “piropeadas” cuando cruzabas la Plaza San Martín y erudito en clasificación taxonómica, que dividía a los adolescentes en una serie de categorías fijas: varones viriles y deseables, pibes bufones o buleados cuida espaldas de los viriles y deseables, pibas putas, pibas con perfil para novia, trolos y tortas.

Vivir en mi pueblo, según yo, implica haber crecido en el mito siniestro del “crimen pasional” (de los que llamaron así hay muchos más de los que se recuerda) y el silencio que le sigue. Mi pueblo se comportó, precisamente, silencioso e inerte frente a las injusticias de género y a las otras también. Pocas veces se manifestó y agitó sus calles. Yo diría ninguna.

 Desde mi óptica, todo esto sembró un clima específico. Un clima estable que atentó contra los cuestionamientos. Con mínimas expresiones contrahegemónicas, el pueblo te señala extremista y eso se vive difícil. Esta meteorología es la que habilita la inercia social e institucional, carente de preguntas impulsoras de cambio, luego cómplice de lo peor.

Leí por ahí que burocracia y patriarcado se llevan como anillo al dedo y me decanta, definitivamente, que a mi pueblo, hasta estos días, le lució cómoda esa yunta. Pero hasta estos días. Ocurrido el femicidio de Úrsula, aparece otra versión de mi pueblo que parece estar dispuesto a cuestionar, a denunciar, a reclamar. Aparece más vital a pesar de la muerte. Mueve sus calles sin miedo para pedir justicia por lo inadmisible y grita basta de femicidios (porque aprendió el valor de la palabra), más desvelado y orientado que otras veces. El “Ni Una Menos” y todas las luchas feministas, empiezan a transformar los días y los pueblos. Si bien los números atentan contra la esperanza, pronto vamos a revertir el panorama siniestro, porque unidas y conscientes de la urgencia, el patriarcado se va a caer.

(*) Es pediatra formada en el Hospital Garrahan y especialista en Salud Integral de Adolescentes del Hospital Gutiérrez. Es consultora en Niñez y Adolescencia y trabaja en clave de derechos y con perspectiva de género.

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