Falleció el 11-07-19 en la Clínica Pergamino.
Sala Velatoria: General Alvear 589 Rojas.
Sepelio: 12-07-2019 a las 10 horas en el Cementerio Municipal.
Servicio: Solari Hermanos y Clyfer.
Estaba casado con María Isabel Maggiolo.
Jubilado, 72 años vivía en 9 de Julio 479 Rojas, fue metalúrgico, participó en la Cámara de Industria, en la comisión de la Escuela Nº 1, consultivo del Banco Provincia.
Sus Hijos: Guillermo Alberto y Leonardo Javier Squillari,
Nieta: Sofía Squillari.
Mamá Política: María Magdalena Gallo viuda de Maggiolo
Tenía hermanos políticos y sobrinos.
Con Squillari se va uno de los últimos exponentes del empresario metalúrgico de raza que se hizo de abajo y que siempre batallo contra las idas y vueltas de las crisis de nuestro país.
Precisamente hace unos meses relato su historia en un reportaje del diario “El Nuevo Rojense” que creemos justo reproducir para valorar en su justa dimensión su historia:
QEPD Ricardo Saquillari.
“Ser industrial es algo que uno lleva adentro” - 12/05/2019 Diario El Nuevo Rojense -
RICARDO SQUILLARI –
Exponente de una camada de industriales de los cuales hoy quedan pocos, Ricardo Alberto Squillari, contra viento y marea, sigue sosteniendo junto a su socio Andrés Ballsells la firma fundada hace ya varias décadas. La empresa, montada para la fabricación de silos, subsiste hoy en el marco de un presente complicado; y jalonaron su trayectoria las más disímiles coyunturas: momentos muy duros, como cuando hubo que abocarse a la refacción de cocinas y heladeras para sostener el emprendimiento; otros hasta en los que era posible invertir enviando un ingeniero a Francia para instrumentar una innovación tecnológica que, aunque al final no resultó el negocio esperado, implicaba sostener una apuesta de desarrollo; y por cierto también instancias de crecimiento amparadas en situaciones de bonanza del sector agroindustrial.
Lo cierto es que Squillari y Ballsells son sobrevientes de una época, en la década del ’70, en la que en Rojas llegó a haber cerca de ochenta emprendimientos industriales de pequeña, mediana y gran magnitud, que generaban unas tres mil plazas laborales directas, muchas de ellas de alta especialización, como fundidores, torneros o matriceros. Tan poderoso llegó a ser el movimiento industrial local que los referentes del rubro decidieron armar su propia Cámara de Industriales, aunque sin dejar de pertenecer ni desconocer a la Cámara de Comercio, cuya presidencia y principales cargos conductivos llegaron a pretender, con ímpetu juvenil, aunque con respeto. Pocos quedaron –sobrevivieron- en Rojas a los ciclos políticos y económicos que se sucedieron en el país entre los años ’70 y la actualidad.
Ricardo Squillari, a los 71 años, desanda su vida como industrial, que se remonta a su juventud, de la mano de su padre, sin rencores ni vanaglorias, pero sí con precisión y objetividad. Ni reparte culpas ni se atribuye méritos ajenos; pero indudablemente, como él mismo lo dice, “ser industrial es algo que se lleva adentro”. Por eso, reconoce sin pudores, “se me parte el corazón” cuando acierta a pasar por predios donde alguna vez hubo una pequeña pero pujante planta industrial, o los restos de alguna nave de gran magnitud hoy irremediablemente ociosa.
“La historia de Andrés y mía es larga; empieza en el año 57, donde estamos ahora, mi viejo y mi tío (García Chávez), junto a Sartori y Menéndez, empezaron a hacer acoplados y jaulas. Estuvieron hasta los 60, se abre Sartori y Menéndez se va de Rojas. Entonces mi viejo y mi tío se instalan donde está Carnero ahora, y se abocan a reparar acoplados. Años después comenzarían con la fabricación de silos. En aquel tiempo era una innovación porque todo se hacía ‘a bolsa’; hasta el producto se levantaba a mano. Se le compra a Raposo el predio donde hoy está Di Camillo. Un año y medio llevó hacer el edificio, todo con recursos propios. En ese tiempo inventaron el chimango –o elevador, como le llaman ahora- de dos tramos; fue el único que se hizo en el país. Andaba muy bien pero no llevaba mucha carga y tenía demasiados mecanismos. Pero, ojo: en aquel momento los camiones Bedsford no llevaban más de 20 mil kilos, con acoplado y todo, y el chimango tiraba 37 mil kilos, así que esa ventaja para la rapidez de carga la tenía… Allí estuvimos hasta el 68 o 69”, evoca. Squillari ya andaba en esos menesteres, aprendiendo a gestionar una planta industrial con su padre, y ventas con su tío.
Posteriormente se produce una fusión: Di Camillo adquiere parte de la firma, con lo cual trabajaban en la planta más de noventa empleados. Pero no funcionó el proceso; fundamentalmente por cuestiones operativas. De esa manera, Squillari y Ballsells plantean su alejamiento, que se produjo en excelentes términos. Con la indemnización en la mano, y a puro pulmón, encaran su propia aventura industrial, ya con el propósito de continuar con la fabricación de silos: se comenzó con la compra de maquinaria, mucha de la cual aún hoy trabaja en el galpón de calle 9 de Julio, donde se instalaron. Allí ya existía una pequeña planta, aunque parte del predio era entonces un baldío. La planta de Squillari y Ballsells ha cambiado muy poco con el tiempo; y acaso las nuevas generaciones que pasan por allí a diario ni siquiera sepan que funciona en ese lugar una industria rojense –que supo gozar de gran reconocimiento- abocada a la fabricación de silos desde hace décadas. Y que fue parte de un movimiento empresario industrial netamente local que alcanzó un momento de esplendor hacia mediados y finales de los 70, que llegó a proyectar a Rojas hacia los primeros planos de relevancia a nivel provincial. Son números, no elucubraciones: setenta y siete plantas industriales de diversa magnitud que generaban dos mil quinientos puestos de trabajo directo, muchos de ellos, como apuntábamos antes, especializados. Eran los tiempos del Bicentenario de Rojas, y tan importante era el movimiento industrial local, con firmas como BARF, Atirco, Seletti, Almar, Capurelli, Cabodi, Cantenys y muchas otras en la cresta de una ola que hoy parece no terminar de romper, que fueron los industriales locales, ya agrupados en su propia Cámara empresarial, quienes tomaron las riendas de la celebración del acontecimiento. Los memoriosos recordarán el pabellón y los stands montados en la rotonda, en la entrada de Rojas, que el día antes del inicio de las actividades celebratorias fue desmantelado por un inoportuno tornado. Acaso una premonición; quizás una malhadada metáfora de lo que con el tiempo sucedería con la industria nacional.
Pero antes, Squillari y Ballsells lograron su espacio en el quehacer industrial. Los silos que la firma producía se vendían, la empresa tenía trabajo, y hasta se podía plantear alguna innovación: para ello se contó con los servicios de un ingeniero que, recientemente, había sido cesado de la firma en la cual trabajaba (Eureka, un “monstruo” de la época), pero no por falta de trabajo de la misma, sino por tiempo de servicio y edad. Así que Squillari y Ballsells le financian no uno sino tres viajes a Europa para interiorizarse de la gran innovación introducida por los franceses en los sistemas de silos, que eran ahora de refrigeración mixta. Esto, recuerda Squillari, “hubiese sido un negoción”. Pero no lo fue. Aunque aspiraban a una porción mínima del mercado, sucedió que los acopios enviaban a puerto cargamentos mixturados: una capa de cereal en condiciones, otra que no tanto, y otra que más o menos. Como los caladores no llegaban tan a fondo, las cargas pasaban. Por lo cual pocos pensaron en adquirir los innovadores silos de los dos rojenses, con tecnología única en el país… Si total las cargas de cereales pasaban igual: también estas cosas suelen ser marca distintiva de los negocios en nuestro país, lamentablemente. No obstante todavía había expectativas: Squillari, junto con Oscar Capurelli, se sentaban en la UIPBA y en el Banco de la Provincia representando a Rojas y a la industria provincial.
Pero también sobrevinieron los momentos más difíciles: Squillari, sin hesitación, los sitúa con el ascenso del menemismo al poder, las políticas –o la falta de ellas- de los procesos subsiguientes, y la confrontación por la resolución 125. Sobre todo en su caso, ya que esta última instancia implicó la masificación del uso del silo-bolsa. “Siendo una industria chica, llegamos a tener veintisiete empleados; hoy somos dos. No reniego contra nadie, pero es así”, apunta. Y hubo que sobrevivir. “Yo no tengo vergüenza; tuvimos que arreglar cocinas y heladeras para sostener la empresa. Hoy, por ejemplo, estamos haciendo los postes para los semáforos, y estoy muy agradecido con el gobierno local por el trabajo que nos da… ¡pero nosotros fabricamos silos…!”, dice Squillari, sin fatalismos, pero con convicción. Y silos, justamente, se fabrican muy pocos ya. Más números: la producción de Squillari y Ballsells cayó el 95 por ciento. Así como suena. En esencia, de cinco silos por semana que se fabricaban durante los dos o tres meses “fuertes” del año para la firma, se pasó a tres en toda esta última cosecha.
Squillari, aunque sin quejas, tiene claro sus reclamos: apoyo –no beneficiencia- para las pymes industriales, y la posibilidad de exportar, para generar ingreso de divisas y facilitar las posibilidades de inversión y desarrollo. Es que, ya lo hemos dicho en más de una ocasión: el verdadero valor agregado de un sistema económico es la producción industrial y el desarrollo tecnológico. Y esto Squillari lo sabe bien. No en vano, repite como un mantra, ser un industrial nacional “es algo que uno lleva adentro”.