Por Pedro Dominguez, de la redacción NOVA
La cocina es un lugar mágico para muchos, donde uno ingresa, ve cientos de ingredientes, una heladera para imaginar diversos platillos con los productos que uno tiene en su casa y sacar, con un plato hondo y playo, la mejor comida para impresionar a los seres queridos.
Así fue como comenzó con tan solo tres años, Pablo Balerio. Estando en Rojas, se dedicaba a la cocina, ayudando a su bisabuela y a su madre, haciendo en ese momento pastelitos, para comer con unos mates o una chocolatada.
Él, amante de la cocina de chico, iba a la escuela y pensaba en qué hacer cuando llegase a su casa, donde lo esperaban su bisabuela, su madre y sus tres hermanas, quienes lo apoyaban en todo, siendo el único varón del hogar.
Claro, uno pensaría que ya tenía decidida su profesión y que tomaría otro rumbo en su vida, dejando el colegio, pero Balerio era distinto, él pasó el primario y en el secundario, comenzó a ver que le apasionaba estar en la cocina innovando platos nuevos, por lo que decidió terminar rápido la escuela y comenzar a trabajar de ello.
Mientras sus manos se quemaban con el aceite, se lastimaba de picar y rallar en aquellos primeros momentos de su vida, llegó la gran oportunidad, estando en Rojas, de ir al mejor restaurante a trabajar.
Allí, sus ojos brillaron de alegría y esperaba que no fuese el final y su camino siguiese en la ciudad, por lo que decidió, con la comodidad que le brindaban en el lugar, dar lo mejor y convertirse en uno de los cocineros más importantes de aquel pueblo.
Siendo recto en su laburo, se levantaba e iba a trabajar y volvía a la noche a su casa, deseando que fuese un nuevo día para ir nuevamente a la cocina de aquel restaurante, pero, como todos en algún momento de la vida, sentimos que hacemos la misma historia una y otra, y otra vez, al punto de que vivimos en un cliché que queremos modificar.
Por eso, decidido a cambiar su destino, Pablo Balerio tomó su bolso, con la poca ropa que tenía y decidió embarcarse en un nuevo rumbo: La Plata.
Aquel lugar que lo imaginaba por el boca a boca de los vecinos, pasó por sus oídos y le transmitió que esa sería su nueva ciudad para ser reconocido como el mejor cocinero. Con tan solo 24 años, subió al micro, miró hacia atrás, vio a su familia y cerrando los ojos, emprendió su destino.
Al llegar a la famosa ciudad de las diagonales, sus primeros días fueron gloriosos, donde sentía el amor, acompañamiento y nuevas ideas que le brindaban los vecinos de aquella ciudad, con proyecciones y ganas de superarse en el día a día.
Así fue como Pablo comenzó en el restaurante Friends, pasando por Mute, recorriendo diversos espacios de la ciudad y terminando posteriormente en Benoit. Allí, sus alegrías iban creciendo día a día, superando los platillos que le pedían, amando las cocinas en las que estaba y creando, como de costumbre, sus platos.
Amando los platillos que preparaba, el chef estaba decidido a querer crecer en este ambiente y ser el más reconocido en la ciudad de La Plata, siendo el más atento, el que buscaba controlar que la carne esté jugosa y, por sobre todas las cosas, el que busca que el comensal tenga una sonrisa de oreja a oreja.
Tal vez, si alguno vio la película Ratatouille, sentirá lo mismo que cuenta Pablo, el amor por la cocina y el querer todos los días impresionar a alguien, sus desafíos recién arrancaban y más aún estando en la ciudad de La Plata.
Esta decisión siempre la tuvo en la cabeza, sabiendo que si se quedaba en Rojas lo máximo que podía llegar a hacer era plasmar un restaurante a su imagen y semejanza y que los vecinos de aquella ciudad vayan al lugar pero, como le gustan los desafíos, decidió embarcarse en un sueño cercano: ser el mejor.
Es por ello que, respetando los menús y los pedidos por los jefes, el chef busco siempre la manera de sobresalir, agregando o mezclando ingredientes, hasta incluso improvisando en algunos casos para poder sobrellevar un plato que explote los sentidos del comensal.
Pero, todo en la vida tiene un final y el chef lo sabía, con la pandemia, veía que en el restaurante cada vez ingresaba menos gente, por lo que antes de entrar en desesperación, comenzó a pensar su nuevo rumbo, a donde iría y que haría de su vida.
Rápidamente, su cabeza que brilla en la cocina brilla con las ideas y piensa en hacer envíos a domicilio con platos cocinados por sus manos, sin seguir una carta, ni un menú específico. Entonces, con los ahorros que tiene, compra utensilios, cacerolas, vestimenta adecuada y comienza a generar sus platillos para ser vendidos a los vecinos.
Estando en su casa, mirando la cocina y su heladera, comienza a innovar y buscar nuevas formas de crear platillos, siempre buscando ese detalle que lo marque como él mejor, para posteriormente volver a ser convocado y que le lleven un nuevo plato de comida.
Sus sueños recién están comenzando y al haber recorrido varios restaurantes de la ciudad, se llevó distintas imágenes, tratos y platillos, que lo marcaron para poder innovar y crear especialidades que sólo él pueda hacer.
Así, con un nuevo cambio repentino en su vida, siendo alguien que busca crecer en el día a día, teniendo en Rojas el acompañamiento incondicional de su familia, decide embarcarse en un nuevo desafío en el cual, cientos de platenses, lo llaman y convocan para que les envíen comida.
Si ven un taxi, con un joven que posee una mochila térmica, no duden en consultar si es Pablo Balerio, porque cuando él baja del auto y abre su mochila, los olores de aquellos platos traspasan las casas y uno, que le gusta el buen comer, saldrá para comunicarse con él y querer comprarle.
Sin más que decir, solo nos queda recomendarles que si quieren un buen disco criollo deben confiar en Pablo Balerio, quien ama el fuego, como ninguno.
Pablito ama lo que hace. Es feliz y está intentando construir su propio destino en una ciudad en la que no nació, pero lo adoptó como hijo dilecto. Aplausos para el chef y a este pibe de barrio que da lo mejor de sí. Un ejemplo de vida.