Por un momento se frenó la bronca, hasta dar sepultura al mediodía a Camila Borda. Luego, las lágrimas se secaron por la noche recorriendo calles céntricas de Junín, haciendo rabiar las manos con aplausos y pedidos de justicia.
Según relata el Semanario de Junín, de pronto la plaza 25 de Mayo se llenó de otros nombres de muerte, que junto al de la niña asesinada el domingo a la tarde, golpeaban la memoria de los que ahí estaban ensombrecidos, como haciendo su vida más miserable.
Pedir justicia se ha vuelto algo común en estos tiempos donde los políticos, los jueces y los legisladores arriban a sus puestos y adquieren lo que ya podría considerarse una pandemia de “amnesia del funcionario”.
Antes de ello, discurren en innumerables lecciones de cómo debe hacerse todo, para luego, seguir haciendo lo que hicieron los antecesores y era tan criticado.
La marcha sirvió sin dudas para que casi tres mil personas descargaran su bronca y pudieran irse a dormir un poco más tranquilas, a diferencia de los familiares de las víctimas, quienes ya no conocen ese estado, después de sus tragedias.
En la andanada de nombres de niños y jóvenes muertos brutalmente en el distrito, refrescados por algún orador ocasional, el corazón parecía dar un salto motivado por el recuerdo. Si hay recuerdo hubo olvido y es inevitable pensar cuánto ha de pasar para que Camila sea parte de la lista de olvidados.
Por eso se podría considerar audazmente, sin la más mínima verosimilitud, que la “amnesia del funcionario” pasa luego al pueblo. Y así está Junín, como en un eterno retorno, pasando la misma película una y mil veces.
Y en el quebrado orgullo nadie quiere reconocer que todo es igual y que seguirá pasando, ¿hasta cuándo? José Ortega y Gasset decía, allá por mediados del siglo XX que “el mayor crimen está ahora, no en los que matan, sino en los que no matan pero dejan matar”.
¿Acaso un juez que libera a un condenado, mata? No, el que mata en reincidencia es el liberado. ¿Acaso el funcionario que promete seguridad, mata? No, matan aquellos que se aprovechan del incumplimiento de las promesas y de la inseguridad reinante. Por esa argucia de matar sin matar, intentan pasar inadvertidos una y mil veces. Y lo logran.
Porque un reclamo de justicia debiera ser frente a los tribunales de Junín, allí donde el Derecho muchas veces se ajusta a conveniencia. O frente al Colegio de Abogados para de paso romper con el corporativismo y lograr que ellos también, como expertos en leyes, se aboquen a entender y porque no a explicar o pedir explicaciones acerca de este reclamo genuino de la gente.
Quizás se esté perdiendo el foco sobre la situación y haya que empezar a golpear otras puertas. Justamente anoche se vio claro, que una de las puertas que no se abre al pueblo es la del municipio, a cargo de la “joven promesa” que ganó las elecciones en 2015 y que después de dos años, se mantuvo joven pero no dejó de ser más que una promesa, como tantas que usó en campaña.
Un intendente que suele correr presuroso a fotografiarse cuando los hechos policiales son positivos, pero se guarda en un baúl cuando se viene la noche.
“Lo queremos en las fiestas, pero también en los velorios”, gritaba casi sin voz una señora mientras la mayoría le pedía a Pablo Petrecca que “salga” para insultarlo, tirándolo por el tobogán del triunfo de octubre hasta caer en la puteada de febrero, en medio de una sociedad exitista bajo las estrategias de Durán Barba.
Tal vez por todo esto y más, seguirá quedando el miedo debido a la sensación de desprotección, hasta tanto los que “no matan pero dejan matar” se dispongan a ser los que encabecen las marchas, en señal de que aceptan las responsabilidades y accionarán en consecuencia, además de avenirse a formar parte de la comunidad.