Relato

Heridas

Por Lisbeth http://lisbeth-heridasdelalma.blogspot.com/
Por Lisbeth http://lisbeth-heridasdelalma.blogspot.com/

Sus sentidos se encontraban aletargados por el sopor que causaban las drogas en su cuerpo. Esas que mantenían a raya la locura, excitación y el delirio.

 

En medio de esa nebulosa creada en su mente, comenzó a vislumbrar una luz.

 

Sus ojos recorrieron la estancia, las blancas paredes sin vestigios de cuadros, desprovistas de todo color y calor, impactaron es sus retinas. Se detuvo a mirar la cama, su cama de hierro, tan fría como las paredes que acompañaban el cuadro que se presentaba ante sus ojos.

 

En su recorrido, notó que la ventana, a más altura de lo normal, estaba cubierta de gruesos barrotes, imposible de escapar por ahí.

 

Aunque, realmente quería escapar?

 

No recordaba en ese momento, cuanto tiempo hacia que estaba en ese lugar, ni porqué, ni como había llegado.

 

Alisó sus cabellos con movimiento mecánico y su rostro dibujó una sonrisa.

 

Su mirada repentinamente adquirió un brillo inusitado, en su mente comenzaban a aflorar los recuerdos.

 

De repente ya no se encontraba en la fría habitación, frente a ella había un prado de flores amarillas, el viento jugaba con su cabello color canela, su vestido de mezclilla color café, del mismo tono que sus grandes ojos, se ceñía a su silueta.

 

En una mano una carta y en la otra una rosa blanca. A ambas se las había dado el hombre a quien amaba, el caporal de la estancia de su padre.

 

Hacia rato que se veían a escondidas y disfrutaban de sus encuentros y del amor que se tenían. Sentían que se pertenecían el uno al otro, una sola los separaba, la clase social.

 

Ella era la hija de los dueños y él simplemente un caporal, pero eso no era impedimento para ellos y el amor que se tenían, mucho menos para traer al mundo en forma de hijo, parte de ese amor.

 

Sus recuerdos se entremezclan, ya no se encuentra en el prado. Ahora esta de pie y sostiene en sus manos una escopeta humeante, en el suelo yace su padre con el pecho destrozado, los gritos de su madre le llegan como una letanía.

 

De sus ojos brotan lágrimas, los cierra con fuerza en un intento por borrar ese horrible recuerdo. Entonces cae en la cuenta de porque y como fue que se encuentra ahí, en ese lugar.

 

Es una institución para enfermos mentales, lugar al que llegó después de cometer el crimen de su padre.

 

Fue a causa de su gran amor y de su hijo, el mismo a quien le dio vida, el cual su padre le quitó al nacer.

 

Le dijeron que había nacido muerto, eso creyó todo el tiempo que permaneció recluida en su cuarto después de haber parido, porque era tanta la desolación que sentía, que cada día que pasaba se dejaba morir un poco.

 

Sin su hijo, ya nada tenía sentido, además su padre había echado al caporal, tampoco sabia donde estaba éste.

 

Cansada de estar llorando la perdida de ambos, decidió salir del cuarto, sin que nadie lo notara, se acerco sigilosamente a la sala, no pudo evitar escuchar a su padre decir:

 

_Nunca debe saber que su hijo vive lejos con su padre. A ese BASTARDO nunca debe volver a verlo!!!

 

Todo se derrumbó al instante, sin saber como se vio entrando a la sala , la escopeta en sus manos, sin decir palabra solo apuntó a su padre y jaló el gatillo, el resto ya no lo recuerda.

 

Limpia sus lágrimas, vuelve a alisar su cabello, se sienta en la cama.

 

Hoy es día de visitas, escucha como corre el cerrojo de su puerta, se levanta y trémula se dirige a ella.

 

_Mariana, tienes visita.

 

Sale al patio, el sol reverberante la ciega por un momento, instintivamente levanta su mano a modo de visera, entre el fulgor que causa en sus ojos la luz del sol, alcanza a distinguir una figura alta con un bulto en sus brazos.

 

Lentamente comienza a tomar forma, es él y trae consigo a un hermoso niño, de cabellos dorados, ella sonríe y abre sus brazos, el niño corre hacia ella, la abraza y le dice entre risas, Te Quiero Mamá!!!!

 

Por un instante siente que las heridas comienzan a cerrarse.

 

La tarde estaba llegando a su fin y con ella el horario de visita.

 

Los rayos del sol lanzaban destellos dorados, en el cabello de su hijo y su risa cristalina desbordaba su corazón. Sentado sobre su regazo, lo miraba embelesada hacer gestos y mohines.

 

No quería que acabara nunca, pero inexorablemente el reloj marcaba que el niño y su padre debían partir.

 

Los vio alejarse con el alma y el corazón estrujado en un dolor insoportable, quería correr tras ellos, pero en su mente aun perturbada, podía vislumbrar que no estaba lista.

 

De regreso a su cuarto, cayó en la cuenta de que estaba sola otra vez, los fantasmas de la tragedia que ella había cometido, volvían en retazos a su mente.

 

El sollozo se atenazó en su garganta pugnando por salir, apoyo la espalda contra la pared y deslizó su cuerpo hasta quedar hecho un ovillo en el suelo.

 

Otra vez la volvía a poseer la locura.

 

Su cuerpo desmadejado comenzó a sufrir espasmos, se retorcía. Las lágrimas se tornaron en una risa histérica incontrolable, sus manos desgarraban su ropa, su mirada ya no tenía el amor y el candor de esa tarde.

 

Ya no, ahora en su lugar había dos brazas quemantes que sólo destilaban odio.

 

Afuera la noche caía lentamente, las sombras comenzaban a cubrir su cuarto, sólo una luz se colaba por debajo de la hendija que dejaba la puerta, dibujando figuras tenebrosas y fantasmagóricas en las paredes.

 

No le dio importancia, no tenía miedo a la oscuridad, hacia tiempo que esa misma oscuridad formaba parte de su vida, de su mundo y se había acostumbrado a ella.

 

En medio de la noche, las sombras y el silencio reinante, lanzó un grito desgarrador que recorrió cada recoveco de la institución, erizando la piel de los que allí habitaban.

 

Pasado unos minutos, se escucho el cerrojo de la puerta y esta se abrió, dando paso a dos fornidos enfermeros.

 

Ella se encontraba agazapada gimiendo y lanzando sonidos guturales, en un rincón del cuarto como un animal a punto de saltar sobre su presa, sus ojos inyectados en sangre, brillaban en la oscuridad.

 

Entraron resueltos, mientras uno la sostenía el otro le colocaba una inyección, cuando lograron doblegarla la posaron suavemente sobre la cama.

 

Su cuerpo estaba laxo, sus ojos habían perdido todo rastro de odio, se le notaban vacíos, vacuos y desprovistos de toda emoción.

 

El sueño le llegó como un bálsamo para su mente perturbada.

 

A la mañana siguiente aún bajo los efectos de las drogas, solo podía recordar la cara de un niño de dorados cabellos, en sus oídos todavía podía escuchar su risa cristalina como si fuese una melodía conocida.

 

No lo asoció con su hijo, había vuelto a perder la poca cordura que le costó conseguir.

 

Las heridas no cerraban, al verlo partir era como que lo había perdido nuevamente y su mente se empecinaba en hacérselo ver así, sin permitirle sanar.

 

La locura se apoderó de ella una vez mas,  era su dueña, su alimento, su vida y se aseguraría de que ella, nunca más volviera a ser quien fue.

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